La institución del
estado dhimmai es un invento único del islam, que creó una clase especial de
ciudadanos. Esta gente podía vivir como sirvientes, como pueblo conquistado en
sus propias tierras ahora bajo dominación islámica. Esta situación se dio en
todo el mundo islámico, hasta que fue conquistado por las naciones occidentales
(cristianas). Por desgracia, el estado de dhimmai no es una mera institución,
es la forma de pensar sumisa que adoptan las víctimas tras sufrir acoso e
intimidaciones en todo momento. Los agresores que tienen éxito comprenden de
manera instintiva la importancia de imponer esta predisposición mental en sus
víctimas para hacerse con el control total con el mínimo esfuerzo.
Muchos de nosotros
hemos sido testigos de la tragedia de las mujeres que han sido víctimas de abuso
físico y psicológico por parte de sus maridos durante años. Ellas suelen
defender las acciones del agresor y se culpan del abuso («Si tan solo no
hubiera servido la cena tan tarde, él nunca me había pegado»).
Los tiranos dominan
este método de opresión, por este motivo derrocarlos es tan difícil.Mahoma se
aseguró al convertir este método en su doctrina que no fuera posible que los
dhimmis se rebelasen en los territorios conquistados por el islam. De hecho,
ninguna sociedad conquistada por el islam ha sido capaz de liberarse sin ayuda
exterior.
Permítame que repita esto:
De acuerdo con la historia, NINGUNA
SOCIEDAD CONQUISTADA POR EL ISLAM HA SIDO
CAPAZ DE LIBERARSE SIN AYUDA EXTERIOR.
M. Lal Goel (un hindú), profesor emérito de ciencias políticas escribe
sobre la institución islámica del estado dhimmai[1]:
El dhimmai es un estado
de miedo e inseguridad para los infieles que se ven obligados a aceptar una
condición de humillación. Se caracteriza porque la víctima se pone de parte de
los opresores, empleando la justificación de que la víctima es la que provoca
el comportamiento aborrecible de los opresores. El dhimmi pierde la capacidad
para rebelarse porque esta nace de un sentido de injusticia. Se odia a sí mismo
para así poder ensalzar a sus opresores. Los dhimmis vivieron con hasta 20
prohibiciones. No podían construir nuevos lugares de culto, hacer sonar las
campanas de la iglesia o salir en procesión, montar a caballo o en camello (sí
podían ir en burro), casarse con una mujer musulmana, lleva ropa decorativa,
tener un esclavo musulmán o testificar contra un musulmán en un tribunal.
Tras la Primera Guerra
Mundial, cuando el Imperio otomano (turco) fue derrotado, se supone que se
abolió la institución de los dhimmis. Por desgracia, este fenómeno sobrevivió
como un estado de ánimo, que además aumenta casi a diario en todo el mundo, con
personas que se someten espiritual y emocionalmente a la superioridad islámica.
Por ejemplo, en 2006,
el papa dio la famosa conferencia de Ratisbona. En su discurso citó a un
emperador bizantino que afirmó que el islam nunca había aportado nada al mundo
más allá de la violencia. El papa no estaba de acuerdo con esta opinión,
simplemente la usó como ejemplo para explicar un punto teológico en una
discusión ya de por sí abstracta.
De inmediato,
musulmanes en todo el mundo empezaron a protestar. En Inglaterra los
manifestantes musulmanes acosaron a los que acudían a las iglesias y en otros
países la situación fue bastante peor. Se incrementaron los ataques de
musulmanes contra cristianos y en Somalia, una monja que trabajaba como
cooperante (para los musulmanes) fue asesinada de un disparo por la espalda.
¿Cuál fue la reacción del papa? No podíamos esperar que dejase a un lado la
diplomacia y declarase: «Os dije que el islam es violento». Aun así, podía
haber optado por no hacer nada, ya que tradicionalmente el papa nunca se
disculpa, pero, en lugar de eso, decidió actuar como un dhimmi y pedir perdón a
los musulmanes.
Al disculparse, lanzó
un mensaje al mundo confirmando que sus declaraciones habían sido la causa de
la violencia, no los musulmanes enfurecidos que la habían perpetrado. Una vez
que el papa pidió perdón, cesaron los disturbios. El islam había conseguido su
objetivo: el papa había reconocido que había ofendido al islam y que había
provocado la violencia que habían sufrido los cristianos, ya no volvería a
hacerlo.
De este modo funciona
la yihad, lentamente, paso a paso, jefes de estado, líderes de opinión,
académicos, periodistas, organizaciones y, con el tiempo, hasta la población en
general, se verán sometidos por intimidación (no olvidemos que islam en árabe
significa «sumisión») y obligados a aceptar la responsabilidad por los ataques
islámicos deliberados que reciban.
En breve, la gente
recibirá el mensaje y cada ataque obtendrá la respuesta esperada: «¿Qué
habremos hecho para causar esto? Debe ser culpa nuestra por invadir Irak o
Afganistán, apoyar a Israel, las cruzadas, la discriminación, la islamofobia o
porque somos los que hemos provocado la pobreza, etc.».
El islam jamás asume la
responsabilidad, porque es una religión pacífica con tan solo unos pocos
(¿millones?) de extremistas que no han entendido bien el mensaje.
Ahora imagine que es un
comandante militar intentando hacerse con el control de una nación. Cada vez
que ataca a su objetivo, las víctimas se culpan a sí mismas por la agresión,
crean encuestas para averiguar quién es el culpable y, en lugar de atacarle, se
dedican a ir contra su propio gobierno, las instituciones del país o cualquier
otra figura inimaginable. Es imposible que pierda, solo tiene que limitarse a
continuar con una serie implacable de ataques y culpar a la víctima todas las
veces, hasta que sean ellos los que finalmente se rindan.
¿Entiende ahora el
increíble poder de la yihad? No se puede destruir con armas nucleares, misiles
inteligentes o aviones de bombardeo sigilosos. Da igual el número de misiles
guiados por láser o los drones no tripulados que tenga, ni el excelente
entrenamiento que haya proporcionado a su ejército. Todo esto no vale para nada
si tiene miedo a la hora de reconocer quién es el enemigo. No se puede derrotar
a la yihad con la fuerza, es demasiado poderosa; ni siquiera vale la pena
molestarse en darle vueltas, porque el ejército no le salvará de la yihad.
Lo único que puede
salvarnos de la yihad es la verdad y:
La verdad no existe sin valentía.
No comments:
Post a Comment