Es complicado para
muchos de los que viven en Occidente comprender cómo es posible que
acontecimientos que sucedieron hace 1400 años tengan un impacto en la vida de
millones de personas en la actualidad. Por este motivo, he incluido un artículo
escrito por la doctora Wafa Sultan, que antes era musulmana. Cada día arriesga
la vida tan solo por contarnos su experiencia y la verdad que ella percibe. De
todas las cosas increíbles que voy a decir sobre la doctora Sultan, la más
sorprendente es que aún está viva (puede buscar su nombre en YouTube y
entenderá a lo que me refiero). Creo que se ha ganado con creces nuestra
gratitud por el coraje que demuestra y que tan pocos occidentales emulan.
Los facilitadores de los islamistas: Occidente se vende a la Ley Sharía
por Wafa Sultan[1]
No cabe duda de que la
libertad de expresión, la base sobre la que se construye la democracia y la
civilización, sufre un peligroso ataque en muchos países occidentales por parte
de una serie de organizaciones líder e individuos que se alinean con las
instituciones musulmanas. Todos promueven la fantasía de la condición de
víctima del pueblo musulmán y obliga a Occidente a sobreproteger a los
musulmanes, ignorando sus atrocidades y cediendo a exigencias cada vez mayores.
Los musulmanes en todo
el mundo imponen a los no musulmanes la obligación de aceptar y de quitar importancia de forma deliberada al
alcance y magnitud de la amenaza islamista que la guerra santa o yihad
representa para el trato que recibe la mujer en el islam. Tal y como está
aprobado por los dictados de la Sharía, los musulmanes también intentan
prohibir que los no musulmanes expresen opiniones críticas contra el islam.
¿Cómo lo consiguen?
Acusan a cualquiera que haga un análisis sólido de los textos islámicos de ser
un intolerante, una persona llena de odio o directamente le califican de
«islamófobo». Estar en desacuerdo da lugar a juicios por «delitos de odio» no
tipificados de manera clara, así como la amenaza de disturbios, violencia y
boicot. En el peor de los casos, los musulmanes asesinan a los no musulmanes
junto con aquellos musulmanes valientes que se atreven a desafiar el control
mental y la supresión.
Hace apenas unos días,
el audaz Lars Hedegaard fue condenado por lo que se ha considerado un «delito
de odio» debido a unas declaraciones supuestamente racistas. Sin embargo, el
señor Hedegaard decía la verdad. Intentaba que el público fuera consciente de
lo generalizada que está la sobrecogedora violencia islamista por «honor»,
casos en los que se pide a los miembros de la familia que maten a mujeres de su
entorno para así «recuperar el honor de la familia», perdido por «delitos» como
haber sido violadas a menudo por otro familiar. La mujer siempre es declarada
culpable, mientras que eso no sucede con el violador. Lo mismo pasa con los
supuestos casos de adulterio, incluso cuando no hay pruebas más allá de la
«percepción» de los jueces, que pueden considerar culpable a la mujer, como ha
pasado con Hena en Bangladés, que fue sentenciada a recibir 300 latigazos y que
murió durante el castigo.
Durante los treinta y
dos años que viví en Siria, presencié en primera persona incontables actos de
excesiva violencia y crueldad. Como médico en activo en Siria, vi y traté a
infinitas mujeres víctimas de abusos que habían recibido palizas brutales o que
habían sido violadas con la aprobación tácita de la Sharía y la defensa del
«honor» de la familia.
Esas mujeres a las que
traté son el mismo tipo de víctimas de la violencia por honor a las que se
refería el señor Hedegaard y por lo que ha sido condenado por las personas que
deberían estar defendiendo los mismos valores que todos valoramos en Occidente.
No obstante, al
suprimir la libertad para exponer las atrocidades y la crueldad que sufren las
mujeres musulmanas, Occidente debilita su posición como grupo de ciudadanos
respectados y valorados. ¿Es esto lo que quieren conseguir los líderes de los
gobiernos? ¿Acaso las mujeres musulmanas que sufren de forma terrible bajo la
Ley Sharía, incluso en Occidente, no son merecedoras de la protección de dichos
gobiernos?
Como médico, me
preocupa el esfuerzo coordinado por parte de los islamistas y sus cómplices en
Occidente para desestabilizar el derecho básico a la libre expresión y
exposición de aquello que hay que corregir. El horrendo ataque del once de
septiembre ha dejado claro que no existe un sitio en el planeta inmune al
extremismo islamista. Mi historia personal puede aplicarse a cualquiera, como
por ejemplo, el profesor de oftalmología que tuve en la facultad de medicina en
Siria, que fue asesinado de un disparo delante de nosotros porque enseñaba
también a las mujeres.
Mientras existan en
nuestras sociedades musulmanes que promuevan la Ley Sharía islámica y que
trabajen sin descanso para aplicarla a nuestras sociedades libres, tendremos
que informarnos, mantenernos vigilantes y activos a la hora de defender
nuestras libertades. Es un problema que debería preocuparnos a todos y al que
deberíamos prestar mucha atención.
No estoy aquí para
animar a nadie en contra de los musulmanes. Por favor, tienen que comprender
que los musulmanes son mi pueblo y no podría arrancarme la piel en ningún caso
para ser otra cosa que no fuese una mujer que ha nacido en un país musulmán y
en una cultura islámica. El motivo por el que he venido aquí es para
desenmascarar el verdadero rostro del islam y mostrar que es una ideología
intolerante y detestable, incluido el modo en el que tratan a las mujeres.
Osama bin Laden ya ha
muerto, pero la terrible e intolerable Ley Sharía que él practicaba con
devoción sigue existiendo y prospera. La vida de bin Laden y los horribles
actos que cometió son una prueba clara de que los islamistas son víctimas de un
dogma insoportable que les aleja del sentido común inherente a la persona y les
transforma en bestias humanas.
A una edad muy temprana
les lavan el cerebro para que crean que el islam tiene la obligación de
controlar todo el mundo y que su misión en la Tierra es luchar para conseguir
este objetivo. Por esto, el fin justifica los medios: humillar, torturar o
asesinar a otros es una misión divina.
Lara Logan, la
periodista de CBS que cubrió la reciente revolución en Egipto rompió el muro de
silencio en un programa llamado 60 minutes, al tratar la violencia sexual a la
que se vio sometida por ser una mujer y una periodista extranjera sobre el
terreno. Tal y como ella explicó, la muchedumbre de egipcios que la atacaron
«realmente disfrutaron al ver mi dolor y sufrimiento. Les instigó a cometer más
actos violentos».
Para muchos
occidentales esta es un relato del trato chocante y del constante acoso que reciben
tanto las mujeres extranjeras como las nacidas en Egipto.
Esta práctica persiste
gracias a que se enseña a los musulmanes a ser hostiles contra la mujer y a
humillarla. Por si esto fuera poco, los musulmanes consideran que tan solo la
víctima es culpable, puesto que al parecer no cumple por entero las
restricciones islámicas en relación con la ropa y el comportamiento y, por eso,
«seduce» a los hombres.
Por desgracia, en su
entrevista, Logan acabó sometiéndose a la omnipresente corrección política y
evitó usar las palabras «musulmán» o «islam» en relación con la temible
experiencia de acoso sexual que había vivido.
Permítanme que comparta
con ustedes algunas historias personales. Estos son relatos que tan solo
confirman el deplorable episodio que experimentó Lara Logan y demuestran que el
abuso contra la mujer está a la orden del día en el mundo musulmán.
Mi propia sobrina fue
obligada a casarse con su primo cuando tenía once y él superaba los cuarenta.
El matrimonio era válido de acuerdo con la Ley Sharía porque el profeta Mahoma
se casó con su segunda mujer, Aisha, cuando ella tenía seis años y él más de
cincuenta. Mi sobrina sufrió durante muchos años abusos espantosos y no tenía
derecho a pedir el divorcio.
Ella escapaba de casa
de su marido y huía a casa de su padre, donde suplicaba: «Por favor, deja que
me quede aquí. Prometo ser tu criada hasta el último día de mi vida. Es tan
agresivo, no puedo soportar esta tortura más tiempo». Su padre respondía: «Es
una vergüenza que una mujer abandone el hogar de su marido sin permiso. Vuelve
y te prometo que hablaré con él». A los 28 años, mi sobrina se suicidó
prendiéndose fuego, dejó cuatro niños.
Cuando trabajaba como
médico en Siria, presencié muchos delitos que se cometían en mi sociedad en
nombre del islam. En una ocasión, mientras trabajaba en un pueblo pequeño, una
mujer que rondaba casi los cuarenta vino a mi consulta aquejada de náuseas,
vómitos y dolor en la espalda. Al examinarla vi que estaba embarazada de tres
meses. En cuanto le di la noticia, se cayó de la silla, empezó a chillar y a
golpearse el rostro. «Se lo suplico doctora, le suplico que me rescate de este
desastre en el que me encuentro. Mi hijo va a matarme. No me importa mi vida,
merezco morir, pero no quiero que mi hijo se manche las manos con mi sangre».
—¿Qué te ocurre,
Fátima?—pregunté.
—Mi marido murió hace
cinco años y me dejó sola con cuatro hijos. Su hermano me viola cada día a
cambio de comida para los niños. Si se entera de que estoy embarazada, animará
a mi hijo de quince años a que me mate para evitar la humillación pública.
La envié a la consulta
de un ginecólogo. Cuando regresó dos semanas más tarde, estaba demacrada,
delgada y enferma. «He venido a darle las gracias», dijo ella. «Pero llevaron a
cabo la intervención para retirar el feto sin anestesia, No tenía suficiente
dinero para pagar los sedantes, así que el médico procedió sin ellos. El dolor
era insoportable, casi muero».
En cuanto a mi propia
historia, mi marido se marchó a Estados Unidos un año antes. Cuando solicité
los pasaportes para mis hijos, el funcionario de turno se negó a dármelos
porque de acuerdo con la Ley Sharía islámica, yo no tenía la capacidad mental
para ser la tutora legal de mis hijos. Así pues, me pidió que trajera a uno de
los hombres de la familia de mi marido para obtener sus pasaportes.
Ninguno de los hombres
de la familia de mi marido vivía en nuestra ciudad excepto uno de sus primos.
Era un alcohólico y debido a su mal carácter, mi marido nunca había querido que
le conociera. Para resumir, diré que fui a su casa y le soborné con cincuenta
libras sirias, que equivalen a un dólar. Al salir del edificio de inmigración
no pude evitar pensar en las cosas absurdas a las que nos enfrentábamos
nosotras, las mujeres musulmanas. A pesar de ser médico, no tenía facultades
mentales suficientes como para ser la tutora legal de mis hijos, pero un
borracho podía controlar todo mi destino.
Es obvio que las
enseñanzas de mi fe no coinciden con mis derechos básicos y, por supuesto, que
no me respetan como profesional. Por ejemplo, bajo la Ley Sharía islámica, los
hombres musulmanes tienen el control absoluto de las mujeres de su familia. Un
padre puede casar a su hija a cualquier edad con el hombre que decida sin su
consentimiento.
Lo que resulta más
dramático es que estas historias que comparto con ustedes no son sucesos
aislados. Sirven de muestra de las trágicas vivencias de millones de mujeres
musulmanas en todo el mundo, incluso de las que viven aquí en Europa y en
Norteamérica. A diario se producen incontables casos de violencia doméstica en
los que la víctima es la mujer musulmana: violaciones, asesinatos por honor que
suelen ser ignorados por los que se hacen llamar «progresistas», que aseguran
ser grandes defensores de los derechos humanos.
Muchos desde las
instancias del poder persiguen a través de los tribunales a los valientes que
se atreven a alzar la voz y mostrar la deprimente realidad de la violencia
ejercida contra la mujer musulmana y la dura realidad en general de la Ley
Sharía. Muchos prohíben a nuestra sociedad etiquetar la discriminación del
islam y el maltrato a la mujer. Obviamente, somos testigos ahora, sobre todo en
Europa, de la gravedad de las consecuencias para aquellos que se han atrevido a
hablar.
Por consiguiente,
permítanme que lance un reto a los que se encuentran en el lado equivocado de
la historia: ¿cómo es posible que una mujer musulmana crie a un niño justo
cuando ella está oprimida? Sin duda, un niño que al crecer verá que a su madre
la tratan sin respeto, que está marginalizada y maltratada, lo más seguro es
que acabe con una visión distorsionada, asumiendo que ese tipo de
comportamiento está permitido y es lo normal, por lo que será capaz de realizar
actos de crueldad similares a los que sufrió Lara Logan a manos de la multitud.
¿Acaso este no es un dilema que afecta a las relaciones entre Occidente y el
mundo musulmán?
Lamentablemente, los
musulmanes y sus facilitadores seguirán desafiándonos a los que no estamos de
acuerdo. Tenemos que tomar una decisión. Podemos continuar cediendo o podemos
convencer a la gente para que se una a nuestra causa si dejamos claro que
protegeremos nuestras libertades, culturas y patrimonio cueste lo que cueste.
El mes pasado en el
programa de televisión Real Time que presenta y dirige Bill Maher, cómico
estadounidense, él dijo: «El islam es la única religión que te mata cuando no
estás de acuerdo con su doctrina. Ellos aseguran: "Mirad, somos una
religión de paz…y si no estás de acuerdo te cortaremos la cabeza"». Maher
predijo que «hay muy pocos que se atreverán a criticarles».
Somos unos de esos
pocos que les criticamos. Aquí estamos con la percepción nítida y la convicción
para identificar, denunciar y, ojalá, marginalizar a los enemigos del mundo
libre. Estamos aquí para impedir la destrucción de nuestros valores a manos de
aquellos que aspiran a esclavizarnos bajo el duro e intolerable yugo de la Ley
Sharía.
Cuando una mujer que
vive gobernada por la Ley Sharía del islam emigra a un país libre de Occidente,
puede iniciar un camino de transformación completa, tal y como fue mi caso.
Ahora que soy libre, no tengo que permitir que ninguna autoridad política o
religiosa viole mis derechos. En Estados Unidos soy una persona igual a todas
las demás.
Pero cómo podemos
esperar que el resto de las mujeres musulmanas en las distintas partes del
mundo libre se emancipe cuando existen instituciones judiciales que ayudan a
suprimir su necesidad urgente de libertad al castigar a los que intentan
protegerlas, como le ha ocurrido a Lars Hedegaard, Geert Wilders, Elisabeth
Sabaditsch-Wolff, Kurt Westergaard, Jesper Langballe, Ezra Levant, Rachel
Ehrenfeld, Joe Kaufman y Mark Steyn, entre otros. Occidente demuestra
indiferencia con demasiada frecuencia mientras el islam denigra su sociedad.
Hoy en día vivimos tiempos difíciles.
Por lo pronto yo no doy
por sentado el disfrute de mis derechos y, por eso, seguiré luchando para
protegerlos, no solo por mí, sino por todas las otras mujeres musulmanas. Como
ciudadanos del mundo libre, tenemos que tener la actitud moral para luchar y
defender nuestra libertad al denunciar el abuso totalitario del islam contra
las mujeres.
El enemigo cuenta con
aliados malignos e involuntarios. Estamos obligados a llamar la atención a los
que ceden ante la doctrina opresiva del islam, a aquellos que nos debilitan a
todos y que causan nuestro declive, algunos de forma voluntaria y otros sin
tener dicha intención.
Tenemos que ser
conscientes de que estamos en guerra. Debemos mantener con determinación
inquebrantable nuestra postura como elementos que neutralizan a las fuerzas del
mal. No podemos quedarnos a medio camino, hay que detenerles a cada paso.
No moderaremos nuestras
palabras. Utilizaremos el vocabulario apropiado para llamar a las cosas por su
verdadero nombre. No cesaremos de presionar hasta conseguir una claridad moral,
un discurso intelectual abierto con las definiciones precisas de nuestros
objetivos frente a los suyos.
A partir de ahora,
vamos a acuñar un nuevo término: «veritásfobos» para responder a todos los que
no llaman «islamófobos». Puesto que su miedo irracional a la verdad es un
factor perjudicial para nuestra supervivencia como pueblos libres.
No deberíamos ignorar
la amarga realidad de la doctrina Sharía del islam. Tan solo alcanzaremos una
victoria real si lo hacemos con un espíritu de auténtico deseo de explorar, con
transparencia y con una búsqueda de la verdad libre de miedo. Una cultura que
no respeta a la mitad de su población no podrá nunca prosperar y crecer. Por
eso el que esté prohibido cualquier intento de crítica hacia el islam y el que
la crítica sea susceptible de castigo es algo que los pueblos que aman la
libertad no pueden tolerar y a lo que deberían oponerse enérgicamente.
Durante los años en los
que viví en Siria, lloré con frecuencia porque sufría. Ahora soy una mujer
libre y sigo llorando por todas las otras mujeres musulmanas en el mundo. Sueño
con un futuro en el que las musulmanas sean capaces de disfrutar de la
libertad. Este es un sueño que debería ser posible para todo ser humano y es
nuestro trabajo intentar constantemente alcanzar este objetivo.
Desafío a cualquiera de
los responsables del juicio contra Lars Hedegaard a que reconsidere las
terribles consecuencias de las absurdas alegaciones hechas en su contra. No
volvamos a la Europa de la Edad Media.
Permitamos que
prevalezca la libertad de expresión.
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