Saturday 8 August 2015

28 La historia de una musulmana



Es complicado para muchos de los que viven en Occidente comprender cómo es posible que acontecimientos que sucedieron hace 1400 años tengan un impacto en la vida de millones de personas en la actualidad. Por este motivo, he incluido un artículo escrito por la doctora Wafa Sultan, que antes era musulmana. Cada día arriesga la vida tan solo por contarnos su experiencia y la verdad que ella percibe. De todas las cosas increíbles que voy a decir sobre la doctora Sultan, la más sorprendente es que aún está viva (puede buscar su nombre en YouTube y entenderá a lo que me refiero). Creo que se ha ganado con creces nuestra gratitud por el coraje que demuestra y que tan pocos occidentales emulan.

Los facilitadores de los islamistas: Occidente se vende a la Ley Sharía por Wafa Sultan[1]
No cabe duda de que la libertad de expresión, la base sobre la que se construye la democracia y la civilización, sufre un peligroso ataque en muchos países occidentales por parte de una serie de organizaciones líder e individuos que se alinean con las instituciones musulmanas. Todos promueven la fantasía de la condición de víctima del pueblo musulmán y obliga a Occidente a sobreproteger a los musulmanes, ignorando sus atrocidades y cediendo a exigencias cada vez mayores.
Los musulmanes en todo el mundo imponen a los no musulmanes la obligación de aceptar y de quitar importancia de forma deliberada al alcance y magnitud de la amenaza islamista que la guerra santa o yihad representa para el trato que recibe la mujer en el islam. Tal y como está aprobado por los dictados de la Sharía, los musulmanes también intentan prohibir que los no musulmanes expresen opiniones críticas contra el islam.
¿Cómo lo consiguen? Acusan a cualquiera que haga un análisis sólido de los textos islámicos de ser un intolerante, una persona llena de odio o directamente le califican de «islamófobo». Estar en desacuerdo da lugar a juicios por «delitos de odio» no tipificados de manera clara, así como la amenaza de disturbios, violencia y boicot. En el peor de los casos, los musulmanes asesinan a los no musulmanes junto con aquellos musulmanes valientes que se atreven a desafiar el control mental y la supresión.
Hace apenas unos días, el audaz Lars Hedegaard fue condenado por lo que se ha considerado un «delito de odio» debido a unas declaraciones supuestamente racistas. Sin embargo, el señor Hedegaard decía la verdad. Intentaba que el público fuera consciente de lo generalizada que está la sobrecogedora violencia islamista por «honor», casos en los que se pide a los miembros de la familia que maten a mujeres de su entorno para así «recuperar el honor de la familia», perdido por «delitos» como haber sido violadas a menudo por otro familiar. La mujer siempre es declarada culpable, mientras que eso no sucede con el violador. Lo mismo pasa con los supuestos casos de adulterio, incluso cuando no hay pruebas más allá de la «percepción» de los jueces, que pueden considerar culpable a la mujer, como ha pasado con Hena en Bangladés, que fue sentenciada a recibir 300 latigazos y que murió durante el castigo.
Durante los treinta y dos años que viví en Siria, presencié en primera persona incontables actos de excesiva violencia y crueldad. Como médico en activo en Siria, vi y traté a infinitas mujeres víctimas de abusos que habían recibido palizas brutales o que habían sido violadas con la aprobación tácita de la Sharía y la defensa del «honor» de la familia.
Esas mujeres a las que traté son el mismo tipo de víctimas de la violencia por honor a las que se refería el señor Hedegaard y por lo que ha sido condenado por las personas que deberían estar defendiendo los mismos valores que todos valoramos en Occidente.
No obstante, al suprimir la libertad para exponer las atrocidades y la crueldad que sufren las mujeres musulmanas, Occidente debilita su posición como grupo de ciudadanos respectados y valorados. ¿Es esto lo que quieren conseguir los líderes de los gobiernos? ¿Acaso las mujeres musulmanas que sufren de forma terrible bajo la Ley Sharía, incluso en Occidente, no son merecedoras de la protección de dichos gobiernos?
Como médico, me preocupa el esfuerzo coordinado por parte de los islamistas y sus cómplices en Occidente para desestabilizar el derecho básico a la libre expresión y exposición de aquello que hay que corregir. El horrendo ataque del once de septiembre ha dejado claro que no existe un sitio en el planeta inmune al extremismo islamista. Mi historia personal puede aplicarse a cualquiera, como por ejemplo, el profesor de oftalmología que tuve en la facultad de medicina en Siria, que fue asesinado de un disparo delante de nosotros porque enseñaba también a las mujeres.
Mientras existan en nuestras sociedades musulmanes que promuevan la Ley Sharía islámica y que trabajen sin descanso para aplicarla a nuestras sociedades libres, tendremos que informarnos, mantenernos vigilantes y activos a la hora de defender nuestras libertades. Es un problema que debería preocuparnos a todos y al que deberíamos prestar mucha atención.
No estoy aquí para animar a nadie en contra de los musulmanes. Por favor, tienen que comprender que los musulmanes son mi pueblo y no podría arrancarme la piel en ningún caso para ser otra cosa que no fuese una mujer que ha nacido en un país musulmán y en una cultura islámica. El motivo por el que he venido aquí es para desenmascarar el verdadero rostro del islam y mostrar que es una ideología intolerante y detestable, incluido el modo en el que tratan a las mujeres.
Osama bin Laden ya ha muerto, pero la terrible e intolerable Ley Sharía que él practicaba con devoción sigue existiendo y prospera. La vida de bin Laden y los horribles actos que cometió son una prueba clara de que los islamistas son víctimas de un dogma insoportable que les aleja del sentido común inherente a la persona y les transforma en bestias humanas.
A una edad muy temprana les lavan el cerebro para que crean que el islam tiene la obligación de controlar todo el mundo y que su misión en la Tierra es luchar para conseguir este objetivo. Por esto, el fin justifica los medios: humillar, torturar o asesinar a otros es una misión divina.
Lara Logan, la periodista de CBS que cubrió la reciente revolución en Egipto rompió el muro de silencio en un programa llamado 60 minutes, al tratar la violencia sexual a la que se vio sometida por ser una mujer y una periodista extranjera sobre el terreno. Tal y como ella explicó, la muchedumbre de egipcios que la atacaron «realmente disfrutaron al ver mi dolor y sufrimiento. Les instigó a cometer más actos violentos».
Para muchos occidentales esta es un relato del trato chocante y del constante acoso que reciben tanto las mujeres extranjeras como las nacidas en Egipto.
Esta práctica persiste gracias a que se enseña a los musulmanes a ser hostiles contra la mujer y a humillarla. Por si esto fuera poco, los musulmanes consideran que tan solo la víctima es culpable, puesto que al parecer no cumple por entero las restricciones islámicas en relación con la ropa y el comportamiento y, por eso, «seduce» a los hombres.
Por desgracia, en su entrevista, Logan acabó sometiéndose a la omnipresente corrección política y evitó usar las palabras «musulmán» o «islam» en relación con la temible experiencia de acoso sexual que había vivido.
Permítanme que comparta con ustedes algunas historias personales. Estos son relatos que tan solo confirman el deplorable episodio que experimentó Lara Logan y demuestran que el abuso contra la mujer está a la orden del día en el mundo musulmán.
Mi propia sobrina fue obligada a casarse con su primo cuando tenía once y él superaba los cuarenta. El matrimonio era válido de acuerdo con la Ley Sharía porque el profeta Mahoma se casó con su segunda mujer, Aisha, cuando ella tenía seis años y él más de cincuenta. Mi sobrina sufrió durante muchos años abusos espantosos y no tenía derecho a pedir el divorcio.
Ella escapaba de casa de su marido y huía a casa de su padre, donde suplicaba: «Por favor, deja que me quede aquí. Prometo ser tu criada hasta el último día de mi vida. Es tan agresivo, no puedo soportar esta tortura más tiempo». Su padre respondía: «Es una vergüenza que una mujer abandone el hogar de su marido sin permiso. Vuelve y te prometo que hablaré con él». A los 28 años, mi sobrina se suicidó prendiéndose fuego, dejó cuatro niños.
Cuando trabajaba como médico en Siria, presencié muchos delitos que se cometían en mi sociedad en nombre del islam. En una ocasión, mientras trabajaba en un pueblo pequeño, una mujer que rondaba casi los cuarenta vino a mi consulta aquejada de náuseas, vómitos y dolor en la espalda. Al examinarla vi que estaba embarazada de tres meses. En cuanto le di la noticia, se cayó de la silla, empezó a chillar y a golpearse el rostro. «Se lo suplico doctora, le suplico que me rescate de este desastre en el que me encuentro. Mi hijo va a matarme. No me importa mi vida, merezco morir, pero no quiero que mi hijo se manche las manos con mi sangre».
—¿Qué te ocurre, Fátima?—pregunté.
—Mi marido murió hace cinco años y me dejó sola con cuatro hijos. Su hermano me viola cada día a cambio de comida para los niños. Si se entera de que estoy embarazada, animará a mi hijo de quince años a que me mate para evitar la humillación pública.
La envié a la consulta de un ginecólogo. Cuando regresó dos semanas más tarde, estaba demacrada, delgada y enferma. «He venido a darle las gracias», dijo ella. «Pero llevaron a cabo la intervención para retirar el feto sin anestesia, No tenía suficiente dinero para pagar los sedantes, así que el médico procedió sin ellos. El dolor era insoportable, casi muero».
En cuanto a mi propia historia, mi marido se marchó a Estados Unidos un año antes. Cuando solicité los pasaportes para mis hijos, el funcionario de turno se negó a dármelos porque de acuerdo con la Ley Sharía islámica, yo no tenía la capacidad mental para ser la tutora legal de mis hijos. Así pues, me pidió que trajera a uno de los hombres de la familia de mi marido para obtener sus pasaportes.
Ninguno de los hombres de la familia de mi marido vivía en nuestra ciudad excepto uno de sus primos. Era un alcohólico y debido a su mal carácter, mi marido nunca había querido que le conociera. Para resumir, diré que fui a su casa y le soborné con cincuenta libras sirias, que equivalen a un dólar. Al salir del edificio de inmigración no pude evitar pensar en las cosas absurdas a las que nos enfrentábamos nosotras, las mujeres musulmanas. A pesar de ser médico, no tenía facultades mentales suficientes como para ser la tutora legal de mis hijos, pero un borracho podía controlar todo mi destino.
Es obvio que las enseñanzas de mi fe no coinciden con mis derechos básicos y, por supuesto, que no me respetan como profesional. Por ejemplo, bajo la Ley Sharía islámica, los hombres musulmanes tienen el control absoluto de las mujeres de su familia. Un padre puede casar a su hija a cualquier edad con el hombre que decida sin su consentimiento.
Lo que resulta más dramático es que estas historias que comparto con ustedes no son sucesos aislados. Sirven de muestra de las trágicas vivencias de millones de mujeres musulmanas en todo el mundo, incluso de las que viven aquí en Europa y en Norteamérica. A diario se producen incontables casos de violencia doméstica en los que la víctima es la mujer musulmana: violaciones, asesinatos por honor que suelen ser ignorados por los que se hacen llamar «progresistas», que aseguran ser grandes defensores de los derechos humanos.
Muchos desde las instancias del poder persiguen a través de los tribunales a los valientes que se atreven a alzar la voz y mostrar la deprimente realidad de la violencia ejercida contra la mujer musulmana y la dura realidad en general de la Ley Sharía. Muchos prohíben a nuestra sociedad etiquetar la discriminación del islam y el maltrato a la mujer. Obviamente, somos testigos ahora, sobre todo en Europa, de la gravedad de las consecuencias para aquellos que se han atrevido a hablar.
Por consiguiente, permítanme que lance un reto a los que se encuentran en el lado equivocado de la historia: ¿cómo es posible que una mujer musulmana crie a un niño justo cuando ella está oprimida? Sin duda, un niño que al crecer verá que a su madre la tratan sin respeto, que está marginalizada y maltratada, lo más seguro es que acabe con una visión distorsionada, asumiendo que ese tipo de comportamiento está permitido y es lo normal, por lo que será capaz de realizar actos de crueldad similares a los que sufrió Lara Logan a manos de la multitud. ¿Acaso este no es un dilema que afecta a las relaciones entre Occidente y el mundo musulmán?
Lamentablemente, los musulmanes y sus facilitadores seguirán desafiándonos a los que no estamos de acuerdo. Tenemos que tomar una decisión. Podemos continuar cediendo o podemos convencer a la gente para que se una a nuestra causa si dejamos claro que protegeremos nuestras libertades, culturas y patrimonio cueste lo que cueste.
El mes pasado en el programa de televisión Real Time que presenta y dirige Bill Maher, cómico estadounidense, él dijo: «El islam es la única religión que te mata cuando no estás de acuerdo con su doctrina. Ellos aseguran: "Mirad, somos una religión de paz…y si no estás de acuerdo te cortaremos la cabeza"». Maher predijo que «hay muy pocos que se atreverán a criticarles».
Somos unos de esos pocos que les criticamos. Aquí estamos con la percepción nítida y la convicción para identificar, denunciar y, ojalá, marginalizar a los enemigos del mundo libre. Estamos aquí para impedir la destrucción de nuestros valores a manos de aquellos que aspiran a esclavizarnos bajo el duro e intolerable yugo de la Ley Sharía.
Cuando una mujer que vive gobernada por la Ley Sharía del islam emigra a un país libre de Occidente, puede iniciar un camino de transformación completa, tal y como fue mi caso. Ahora que soy libre, no tengo que permitir que ninguna autoridad política o religiosa viole mis derechos. En Estados Unidos soy una persona igual a todas las demás.
Pero cómo podemos esperar que el resto de las mujeres musulmanas en las distintas partes del mundo libre se emancipe cuando existen instituciones judiciales que ayudan a suprimir su necesidad urgente de libertad al castigar a los que intentan protegerlas, como le ha ocurrido a Lars Hedegaard, Geert Wilders, Elisabeth Sabaditsch-Wolff, Kurt Westergaard, Jesper Langballe, Ezra Levant, Rachel Ehrenfeld, Joe Kaufman y Mark Steyn, entre otros. Occidente demuestra indiferencia con demasiada frecuencia mientras el islam denigra su sociedad. Hoy en día vivimos tiempos difíciles.
Por lo pronto yo no doy por sentado el disfrute de mis derechos y, por eso, seguiré luchando para protegerlos, no solo por mí, sino por todas las otras mujeres musulmanas. Como ciudadanos del mundo libre, tenemos que tener la actitud moral para luchar y defender nuestra libertad al denunciar el abuso totalitario del islam contra las mujeres.
El enemigo cuenta con aliados malignos e involuntarios. Estamos obligados a llamar la atención a los que ceden ante la doctrina opresiva del islam, a aquellos que nos debilitan a todos y que causan nuestro declive, algunos de forma voluntaria y otros sin tener dicha intención.
Tenemos que ser conscientes de que estamos en guerra. Debemos mantener con determinación inquebrantable nuestra postura como elementos que neutralizan a las fuerzas del mal. No podemos quedarnos a medio camino, hay que detenerles a cada paso.
No moderaremos nuestras palabras. Utilizaremos el vocabulario apropiado para llamar a las cosas por su verdadero nombre. No cesaremos de presionar hasta conseguir una claridad moral, un discurso intelectual abierto con las definiciones precisas de nuestros objetivos frente a los suyos.
A partir de ahora, vamos a acuñar un nuevo término: «veritásfobos» para responder a todos los que no llaman «islamófobos». Puesto que su miedo irracional a la verdad es un factor perjudicial para nuestra supervivencia como pueblos libres.
No deberíamos ignorar la amarga realidad de la doctrina Sharía del islam. Tan solo alcanzaremos una victoria real si lo hacemos con un espíritu de auténtico deseo de explorar, con transparencia y con una búsqueda de la verdad libre de miedo. Una cultura que no respeta a la mitad de su población no podrá nunca prosperar y crecer. Por eso el que esté prohibido cualquier intento de crítica hacia el islam y el que la crítica sea susceptible de castigo es algo que los pueblos que aman la libertad no pueden tolerar y a lo que deberían oponerse enérgicamente.
Durante los años en los que viví en Siria, lloré con frecuencia porque sufría. Ahora soy una mujer libre y sigo llorando por todas las otras mujeres musulmanas en el mundo. Sueño con un futuro en el que las musulmanas sean capaces de disfrutar de la libertad. Este es un sueño que debería ser posible para todo ser humano y es nuestro trabajo intentar constantemente alcanzar este objetivo.
Desafío a cualquiera de los responsables del juicio contra Lars Hedegaard a que reconsidere las terribles consecuencias de las absurdas alegaciones hechas en su contra. No volvamos a la Europa de la Edad Media.
Permitamos que prevalezca la libertad de expresión.


[1] http://www.gatestoneinstitute.org/2135/islamists-western-sharia-law

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