Tras la muerte de
Mahoma, la mitad de las tribus de Arabia abandonaron el islam, sin duda
aliviadas, y regresaron a sus antiguas religiones. Por desgracia, el islam no
desapareció con Mahoma, y su sucesor, Abu Bakr, luchó contra ellos en una
campaña larga y sangrienta conocida como las Guerras de Apostasía. Haciendo uso
de las tácticas de la yihad, les obligó de nuevo a someterse al islam.
Una vez que
reconquistaron Arabia, este puñado de hombres pobres y sin educación de las
tribus del desierto irrumpieron en un mundo que no sospechaba nada, utilizando
la yihad para conquistar el Imperio bizantino (lo que quedaba del Imperio
romano en Oriente), el Imperio persa, todo el norte de África y el norte de
India. Además, conquistaron España en Europa Occidental y llegaron hasta
Austria en la zona este del continente. Estas eran las sociedades más ricas y
avanzadas tecnológica e intelectualmente del planeta en esa época. Los
gobernantes musulmanes mantenían a los mejores médicos, arquitectos,
científicos, etc., como dhimmis que servían al islam con su conocimiento y
habilidades.
Al principio, algunos
de los califas demostraron que valoraban hasta cierto punto el conocimiento
clásico. En su momento se tradujeron muchas obras clásicas al árabe gracias,
sobre todo, a los mutazilitas que predominaban en Bagdad. Se ha comentado que
la unificación de los imperios bizantino y persa, junto con la adopción forzosa
del árabe en toda la zona, contribuyeron a un intercambio libre de ideas que
cimentó lo que se conoce como la «Edad de Oro del islam».
Aunque esta visión
tiene su mérito, vale la pena destacar que incluso hoy, los persas (los iraníes
ahora) no hablan árabe, solo farsi. Lo que este punto de vista tampoco menciona
es el hecho de que estas sociedades ya eran centros intelectuales en el mundo y
que siguieran siéndolo durante un tiempo tras la ocupación islámica no
significa necesariamente que le debamos nada al islam. Esto no evitó que el
presidente Obama asegurase que dicha deuda de gratitud existe en su famoso
discurso en El Cairo. En esa intervención le dijo al público: «Fue el islam en
ciudades como Al-Azhar el que llevó la antorcha de la enseñanza a través de
tantos siglos, preparando el camino para el Renacimiento y la Ilustración en
Europa».
Para comprender los
errores en este tipo de razonamiento, es útil ver el modo en el que terminó la
Edad de Oro.
En esencia los
mutazilitas fueron derrocados por los asharitas, que eran mucho más dogmáticos.
Su forma de pensar se basaba más en la doctrina islámica de la predestinación,
que insiste en que cada acontecimiento que tiene lugar en el universo es
dirigido personalmente por Alá. Argumentaban que aunque las cosas en general
siempre funcionen del mismo modo, eso no era más que costumbre. El ejemplo
típico que se daba era: «Solo porque siempre se vea al rey cabalgar por las
calles no significa que un día no camine por su reino».
Dado que Dios ordena
cada átomo en el universo no existe motivo por el que una manzana que cae
mañana cae de un árbol opte por alzarse en el aire en lugar de caer al suelo.
Esto es lo opuesto a la doctrina de «causa y efecto» que sirve de base a todo
el conocimiento científico moderno.
Parece poco probable
que este tipo de ideas hayan sido capaces de llegar a nuestros días sin la
ayuda de la doctrina islámica, pero lo cierto es que han llegado. Esto puede
ayudarnos a explicar los siguientes datos y estadísticas que muchos académicos
políticamente correctos no son capaces de comprender en la actualidad:
1) En los últimos 700 años el mundo islámico no
ha aportado ni un solo invento ni descubrimiento científico de cierta
importancia[1].
2) Cada año se traducen más libros al español
que el total de libros que se han traducido al árabe en los últimos 1000 años[2].
3) De las 1800 universidades del mundo islámico,
tan solo una sexta parte cuenta con un miembro del claustro que haya publicado
algo[3].
El cristianismo y el
judaísmo, en mayor medida que el resto de religiones, se basan en la libertad
de elección. Por supuesto, ha habido épocas, sobre todo cuando la iglesia
católica estaba en la cúspide del poder, en las que la iglesia se ha esforzado
en restringir el pensamiento libre. Todo el mundo sabe que el papa Urbano VIII
mandó encarcelar a Galileo por demostrar que el sol y las estrellas en realidad
no giraban alrededor del planeta. A pesar de eso, la idea fue aceptada con
rapidez, lo que sugiere una cultura muy receptiva a la lógica y la razón.
Al contrario, cuando el
brillante filósofo español musulmán Averroes fue desterrado a Marruecos y se
quemaron muchos de sus libros, su obra desapareció del mundo islámico.
Únicamente se reconoció su importancia cuando los pensadores cristianos, como
Tomás Aquino, redescubrieron sus escritos.
La libertad de pensar,
hablar, debatir y cuestionar la ortodoxia es algo inherente a la doctrina
cristiana pero que falta en el islam. Esto (en lugar de cualquier superioridad
genética o ventaja militar) seguramente debió ser uno de los principales
factores que impulsó la explosión de conocimiento científico y técnico que, a
partir del Renacimiento y hasta hace apenas unas pocas décadas, era un logro
prácticamente solo occidental (cristiano y judío).
Otro de los problemas
que atormentaban al islam era la degradación medioambiental. El norte de África
no siempre fue un desierto. Tanto Cartago como Egipto eran imperios poderosos
en esta zona que desafiaron la supremacía de Roma. Los imperios no florecen en
los desiertos, lo hacen en lugares de abundancia. Egipto era el granero de
Europa, con una tierra fértil y agua del Nilo. Toda la zona del norte de África
era una tierra de cultivo productiva.
Los árabes no eran
agricultores, eran pastores de cabras. Cuando conquistaron los territorios del
norte de África, los musulmanes metieron las cabras en las tierras de cultivo
de los dhimmis cristianos, que no pudieron detenerlos[4]. Muestras de sedimentos del lecho marino del
Mediterráneo sugieren que se produjo una rápida pérdida de la capa fértil del
suelo con la consiguiente desertificación en la misma época que tuvieron lugar
estos acontecimientos. Las pruebas circunstanciales respaldan esta teoría con
datos de una despoblación que no tardó mucho tiempo y que tendría lógica si la
analizamos desde la perspectiva de una hambruna y una masiva escasez de
alimentos.
El resultado general ha
sido un lento y prolongado declive del islam y un constante crecimiento del
poder de la Europa cristiana. Desde el punto de vista militar, esto no fue algo
evidente durante bastante tiempo, dado que los ejércitos islámicos y los que se
dedicaban a la captura de esclavos causaron estragos durante siglos, sobre todo
en los territorios que bordean las tierras islámicas.
A pesar de los ataques
incesantes, los europeos mantuvieron a los musulmanes a raya. Ahora que ya
habían conquistado a los imperios más ricos y se habían gastado el botín, los
musulmanes se encontraron dependiendo de los dhimmis para obtener ingresos. Por
desgracia para ellos, el sistema del islam está diseñado para obligar a los
dhimmis de manera lenta pero firme a que se conviertan al islam, lo que les
deja cada vez con menos personas productivas que se ocupan de un número
creciente de personas que no producen nada.
El prolongado declive
del islam coincide con el auge de los europeos, que se liberan gradualmente del
dogma tradicional de la iglesia católica y construyen sobre la base del método
científico de la Grecia clásica. Aunque se supone que los musulmanes llevaron
este conocimiento a Europa, uno no puede dejar de preguntarse si esa
información no habría dado el salto desde Oriente Próximo incluso si no se
hubieran producido las invasiones musulmanas.
Entre 1000 y 1300 A.
D., los europeos respondieron ante una petición de ayuda de los líderes de la
Iglesia de Oriente, que estaba siendo devastada por la yihad. Uno de los
objetivos de estas «cruzadas» fue proteger Tierra Santa (Israel) para que los
peregrinos pudieran visitarla. Si bien las cruzadas no fueron un gran éxito, el
hecho de los kuffar fueran capaces de reconquistar y quedarse con las tierras
de los musulmanes durante un periodo de tiempo significativo, representó una
increíble humillación para ellos, herida que aún duele más de 700 años después.
Los ataques de los
turcos en Europa del Este plantearon una importante amenaza hasta prácticamente
principios del siglo XVIII y las incursiones para capturar esclavos de los
piratas berberiscos ocasionaron que algunas comunidades costeras en Europa se
quedasen despobladas hasta el siglo XIX. Sin embargo, con el paso del tiempo y
el avance de la tecnología europea, el islam se encontró cada vez más en una
posición defensiva. Los europeos seguían conquistando territorios musulmanes,
pero el golpe de gracia para el poder internacional del islam llegó con la
invención de la ametralladora.
Contar con un gran
número de soldados fanáticos y suicidas te da una ventaja competitiva si luchas
con espadas, arcos y flechas o incluso con pistolas que permiten un disparo y
luego hay que cargar con munición de nuevo. Una vez se introdujo la
ametralladora en los conflictos, la ventaja de la carga de caballería o
infantería desapareció por completo.
Esta fue una lección
que aprendieron todos los bandos a su pesar en la Primera Guerra Mundial, pero
en el caso de los musulmanes, esta industrialización de la guerra les arrebató
la ventaja de la yihad exhaustiva. Se habían quedado indefensos en un mundo
gobernado por naciones que poseían la tecnología más sofisticada y los niveles
más elevados de producción industrial y formación científica.
El Imperio otomano
turco cayó al terminar la Primera Guerra Mundial. El territorio se dividió
principalmente entre los vencedores británicos y franceses, que conservaron
esas regiones durante treinta años. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la
tierra fue devuelta al control árabe (excepto un cenagal reclamado que apenas
ocupaba un 1 % de Oriente Próximo y que carecía de recursos naturales. La ONU
entregó este territorio a los judíos y hoy recibe el nombre de Israel).
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